Se acerca hasta mí,
el nácar garbo de tus ojos
y siento que palidece
en la oscura noche
mi rostro fantasmal.
Centellas de conchas plateadas
en el corazón profundo del océano,
-ahora esclarecido de bonanza-.
Tus labios, pececillos húmedos
en un mar de tinieblas,
apenas dormidas.
Tu rostro de marfil
pulido por mis besos,
ahogado con mí llanto,
estático por tus suspiros.
Y ahora que despierto:
Me encuentro que no existes,
y solo bucles de tus cabellos
se pierden en mi almohada…