¡Qué belleza de poema!
me dije la primera vez
que te contemplé desnuda.
¡Qué belleza de poema!
reafirmé en aquella
ocasión segunda.
Y, claro,
ambas veces acepté la invitación
y recité con todo mi amor tus versos,
y fluido pero sin prisa
declamé extasiado tu prosa.
Para ello cerré mis ojos
y dejé la tarea de lectura
a mis labios y mis palmas.
Tu boca fue el comienzo,
tu cuello segunda estrofa,
tu pecho inigualable argumento,
y tu cintura el preámbulo
del climax que tu sexo aloja.
Besé y versé
cada uno de los dedos
de tus piés de diosa.
Me abrazaron tus metáforas
y tus piernas,
me resistí a llegar al final
y busqué por todos tus escondrijos
más palabras de amor ocultas.
Pero todo poema tiene un fin
y el tuyo lo encontré
al abrir de nuevo los ojos
a esta realidad estrecha,
pero gracias a todos los dioses
un poema se puede releer una vez y otra...
No sé quién sea tu autor
pero le agradeceré eternamente
el haber escrito mi nombre
en tu dedicatoria.
JCEM