Me he pasado muchos años,
muchos sueños,
buscando la palabra insuperable,
la palabra maestra
que poseyera todos los sonidos,
todos los perfumes,
todas las delicias…
Pero tal vez hundí mis manos
en un río equivocado,
en un mar estéril, sulfuroso,
que sólo engendraba palabras de pantano,
palabras equívocas,
con zurcidos en sus sílabas
o con artrosis en sus tildes.
Escalé por montañas de libros,
recorrí pergaminos desteñidos,
tatuados con signos elamitas.
Visité las bibliotecas de Babel
tan vastas como la de Alejandría,
laberintos con acentos,
artilugios con vocales
pero no hallé más que
fonemas en fila india
o lexemas tomando el sol de la sintaxis
en una playa fraseológica.
A veces me dejé hipnotizar
por palabras ampulosas, petulantes,
prestas a aliterarse las unas con las otras:
Éxtasis, alondra, talismán,
gaviota, vestal, escatológica
o con palabras terribles
como Urano, hecatombe, apocalipsis,
como envidia, veneno, puñal…
Leí poemas en Oc, en Oil,
romances de rosa y terciopelo,
odas al Dios de los adioses,
sonetos de tercetos parmesanos
y sí, palabras bellas, presumidas
en todos los poemas he hallado:
Amor, caricia, beso,
ardor, mejilla, cuello…
Pero nunca, nunca, nunca
la palabra que todo lo nombrase,
la palabra que todo lo sintiese,
la palabra que todo lo supiese.
Un día, agotado por las letras,
dejé de buscar, me dí por vencido.
Pasaron los años
Y cuando mi búsqueda ya era el olvido,
el destino me trajo hasta ti.
Entonces supe a ciencia cierta
que tu nombre es la palabra.
la palabra que me llena y que me explica.
la palabra que a todo da sentido.
Tu nombre: mi palabra.
La palabra no se busca, se siente.