¡Tanto te añoré, amada, cuando sorbía, teniendo como fondo musical el oleaje, tan caprichoso y juguetón, un café no tan exquisito como el que tantas veces compartimos en Bogotá, pero sí aromoso!
Tú, aunque lejana en distancia física, estabas allí conmigo deleitándote con el paisaje, los alcatraces oteando, desde el aire, el pez que les serviría de alimento o trepados en los barcos de factura artesanal, descansando para después seguir su bulliciosa búsqueda.
Porque allí, amada de siempre, hemos disfrutado del crepúsculo, fenómeno que desde la bahía pareciera que el sol se sumerge en el mar.
Oí tu voz y vi tu silueta en las damas que paseaban, solas o acompañadas, por la bahía tan primorosa con sus aves marinas, sus olas besándola fugazmente para abandonarla brevemente y regresar, cual niñas traviesas
Esa despedida del sol se repite diariamente.
Y siempre estarás allí conmigo en la imaginación o en la realidad, porque guarda hermosos recuerdos nuestros, bien saboreando un exquisito café o sencillamente viendo las nubes, las olas, los niños, los pescadores o platicando