Quiero que sepas, dama increíblemente generosa en cariño,
exquisita como el pan recién horneado, toda belleza,
que haberte conocido por obra y gracia del azar,
fue lo más hermoso y alentador ocurrido en mi azarosa vida llena de temores,
de miedos, de vicisitudes y de incredulidades,
pero esa timidez campesina de la que me siento orgulloso,
aunque tenga centurias o quizás milenios viviendo en ciudades
amables unas, antipáticas otras,
me impedía transmitirte ese sentimiento,
que a pesar de ser puro como la inocencia de un niño
y cristalino cual el agua del río de nuestro pueblo, se resistía a salir de su covacha.
Pero tú -bendita seas mujer por los ángeles que protegen a los tímidos-
entraste a mi solitario mundo de poeta errante
para ofrecerme tu amistad,
pan hecho por ti, techo acogedor y lecho.
Desde entonces moras en mí.