No resistí tanto como quería.
La soledad era el único veneno
que mi pobreza me permitía.
Algunos, agónicos, desterrados,
infelices y mal llevados,
se entregan a los brazos del óbito,
por vulgares o por indecisos.
Pero es tanta la pena,
que simplemente,
no puedo darme ese lujo del destierro
a abismos infinitos y secos,
donde almas sumen
sus parpados al sueño eterno.
¡No, no, simplemente no puedo!
Porque es tanto el desasosiego,
tanto el agobio,
tan pesado el lastre que cargo sobre
mis espaldas,
como el equipaje de un errante,
que simplemente no puedo deshacerme del sentimiento,
del anhelo,
de la última esperanza,
de verle entre mis alas.
Leandro Yñiguez - 27/01/13