A Jhoel
Los hilos de tu marioneta mental
y el agua como bestia,
contemplen tu trenza
y vuelvan hilera el beso que te ha faltado.
Tiene virtud tu hueco
–puede dejar de serlo un día-
pero no el ciego.
Tiene virtud la ceniza y el fuego,
pero no los confines de un tope mentado.
Ay, si tan sólo yo pudiera herirte
y mi nombre lo tuvieras como plaza fecunda
te diera un hombre,
un médico de almendra,
por moreno,
para establecerse en el hueco que te haría
y que nunca se fuera,
te lo haría constante, no eterno.
Si tan sólo yo pudiera ofrecerte un hombre
para desnudarte y ver tus huellas
y destruyera algunas; de maíz, por güero,
como tú,
volverte al pueblo
para que trajeras los pies tranquilos
con los que naciste y la serenidad de tu vera.
Sin tan sólo yo pudiera.
Si tú agujero, yo el bueno y el malo
y la sangre,
el modo de la red,
lo humano no lo deshumanizante.
Si tú me dejaras construir los gusanos de tela
y mover mis manos para conducirte,
no te daría exactas horas,
ni negros destinos,
ni camas como voraces bocas,
ni salud semejante,
no te labraría la perfección artística,
ni te encarcelaría,
tampoco un hombre definitivo,
ni un amigo desterrador,
una bandera te hiciera, caldeada,
no hecha ni coloreada,
ni te prostituiría las manos para pintarla.
No mi muerto, ni mi muñeco,
sino tu amigo en favor de esta mañana,
si yo pudiera.