Me duele el hacha de silencio
que se me clava inmaculadamente.
Los adverbios que golpean,
la marca de los dedos en el aire.
Vuelven a punzarme
los muslos embebidos de gente,
la carencia de un labio abriéndose.
Me duele el frío espumoso,
las venas que se mecen solitarias,
la espalda eternamente mía.
(no nuestra, no tuya,
sencillamente mía)