Imagen esmeradamente perfecta, sonrisa radiante, maneras elegantes, simpatía, decoro, esplendor…
Solicitado y pretendido. Suponía que era su estilo, su estampa. Se ufanaba de su galantería y de sus éxitos. Los constantes regalos lo concebían más vano.
Sentí que no pertenecía a esa serie de mujeres deslumbradas. No sería una más, creí que él cotejaría la diferencia. Y me embarqué.
Por fortuna, cierto escozor me impulsó a huir a tiempo. Qué triste es la decadencia de un Don Juan. Qué patéticos sus penúltimos capítulos.
Su vida aún es una oda al cliché. Continúa, persiste. Aunque yo sé que desde hace años se siente velado porque la vida ya le amputó sus secretos.