NEBLINAS
*
Siempre me despierta ese olor a tabaco,
naufragio de selva cristalina,
las suaves aguas del infierno
amargan el color de la primavera escondida,
y florecen en mi mente los recuerdos:
la neblina, el volante terso entre las manos ,
el silencio cómplice de los árboles,
el horizonte floral del camino,
ese cielo eterno y blanco,
la soledad oscura de los gusanos,
la primera noche de ojos ciegos,
la respiración desvanecida
entre la furia de los dioses muertos.
Esa gente me estorba, no puedo pensar,
cantan, bailan, le lloran a las sombras,
yo suspiro ese momento especial,
la última vez que el aroma vital de tus labios,
pronunciaron mi nombre,
yo te lloro, amor mío, te extraño.
¡Oh Dios, cómo duele la soledad!
Tal vez algún día, los del tabaco dejen de venir,
ahora sus voces vienen de muy lejos:
“paadree nuestrooo, Ánima del Camino,
A ti espíritu celestial…te rogamos…”
No entiendo esos murmullos en el aire,
sonidos incoloros que se ocultan levemente
en cada destello de esas velas cadavéricas
que iluminan la desesperación fúnebre
de esos ojos hundidos sin esperanzas
de los que se entrometen en mis neblinas.
A mi lado, las hadas de la oscuridad
abren lentamente las tumbas moribundas,
y se alimentan de las luces aciagas,
fulgor eterno de la Nada que se oculta
más allá de la suerte descarnada
de los que lloran solitarios en sus tumbas.
**
No respiro el aire de la tarde gris,
todo está flotando en la mente densa y espumosa,
no tengo cuerpo, ni alas,
todo fue una ilusión,
no hay seres espirituales, dioses blancos ,
sólo ese olor a humo y a locura
que invade cada centímetro de la inmensidad
de este barro sin color,
no estoy en ningún espacio vital.
El miedo vuelve con la imagen de la carretera,
de esa última mirada a la vida,
un asfalto frío, doloroso,
¡Dios, lo último que vi, piedras y piedras,
al final, este lodo, estos insectos,
la morada de aquellos sueños…!
¡Aquí el tiempo es para siempre!
Todo es lava pesada que me hunde
en la demencia circular
donde todos los sueños han muerto.
***
Era una fría tarde, viernes…
lo sé por la brisa transparente,
también recuerdo la humedad, el sueño,
los ojos pesados, el sol triste y acabado,
las melodías de las flores del camino,
mi cuerpo flotando en la esperanza de una nube.
Una luz en mi cara,
el resplandor de una vulgar carcajada,
el trueno desgarrador en mis entrañas,
todo era verde, azul, blanco, verde…
el dolor en todas mis venas,
la neblina daba vueltas alocadas,
el viento invadía mis sentidos,
la música se desvanecía lentamente,
el verde se hacía oscuridad,
llegó la Nada, todo se desaparecía,
así de simple, como cerrar los ojos
para olvidarse de cualquier amor.
Terror al vacío,
el fin había llegado,
así, sin avisar
como cascadas de hojas secas,
en un instante frágil, nublado.
No hay dolor, ni caricias,
se fueron tus ojos, lejos,
por eso, estiro mis manos,
para escapar hacia las estrellas,
¡Estoy tan cansado!
¿Dónde estás, mujer, dime dónde?
****
Me acostumbré a la profundidad,
las aves negras desgarraban todo,
no quedaba casi nada, sólo la humedad.
En el suelo florece una huella en la tierra.
Las garras se llevan del Edén prometido
lo que alguna vez fue la esencia humana.
Y algo de mí, que no era cuerpo,
comenzó a nacer como el residuo de la mente,
ya no sentía nada, no escuchaba,
no hablaba, no veía. ¡Pensaba en ti!
La existencia no es una aventura,
aquí espero sin saber nada del sol,
no hay escritos sagrados, ni leyes,
no hay sociedad, matrimonio, ni flores,
yo soy el recuerdo de algún anciano enfermo,
mi sombra se encuentra en esos labios
que me invaden con ese olor tan vacío,
como las horas de los muertos.
*****
Llegaron susurros extraños,
me sentí en casa,
llegó la luz de alguna lágrima,
creo que eran ellos, ¿tu voz?, ¿tu cara?
Por eso me quedé, deseo esperar,
desde ese día, estoy atado con cadenas
y me siento triste, porque sé de tu tristeza,
¡Dios, estaban todos! ¡Ellos!, ¡Sí, eran ellos!
mi madre, hermanos, hijos…y tú, esposa amada,
todos lloraban, rezaban, dejaron un pañuelo
que robé con la lluvia que me agobia,
ese aroma, tu dolor es lo único que tengo.
Qué nos queda al final del camino,
nos conformamos con ser un duende
al que le prenden una vela común, sin sabor.
La mente humana se arrastra,
no puede contra el destino, el azar.
Ya no sirve el agua insípida de los dioses,
Ni la sinfonía de un ángel inútil.
La mente es el humo del tabaco.
******
No acaricio la espuma del pasado,
no hay reloj, no hay espacio,
Sólo existen las voces lejanas
y ese extraño aroma a tabaco,
¡claro, hicieron una capilla!
¡en la puerta colgaron la imagen
de mi “otro yo”!,
a veces, la luna es clara y puedo leer
las siluetas de la ignorancia:
“El Ánima del Camino”,
ahora soy la estupidez de rituales oscuros,
“paaadreee nuestrooo,
ayúdame…ánima benditaaa”
Pasaron muchas estrellas
para entender que esos susurros olorosos
tenían que ver con mi nueva dimensión,
parece que se dirigían a mi espíritu.
Suponen que esa fumadera,
me tendría que agradar, ¡por Dios!,
tan sólo quiero verla a ella,
y a los que se quedaron en casa,
no pido más.
¡Por qué nadie escucha!
¡Dónde están todos!
¡Qué triste es la barca que se aleja!
****
***
Los que me visitan son distintos a mi existencia,
yo soy la soledad, el recuerdo perdido de la enfermedad,
ellos son el temor, el ansia de vivir,
buscan lo que no encontrarán, y lo saben,
aquí no hay nada para ellos, pero ahí están,
encienden luces mágicas, son la razón absurda,
fuman las cenizas de la desesperación,
me llaman y se aterran de mi sombra,
parecen viejos y lloran como niños.
Quisiera hacer algo por ellos,
pero soy una mano sin carne
aferrada al barro montañoso
a unos cuantos metros bajo la luz de la luna,
fue lo único que se salvó de las aves negras,
tal vez, algún día encuentren restos y gusanos,
y me lleven al lugar santo.
Ese día nadie llorará, pero me estarán esperando,
los míos, los que vinieron el primer día,
entonces, el humo de los tabacos
dejará su rastro absurdo entre las flores,
la carretera y la neblina,
y podré cerrar los ojos para siempre,
y pronunciar tu nombre…
****
****
Que silencioso es el caer de la última gota,
la capilla es cada vez más negra,
todo muere como las luces de la ignorancia,
yo, esperando que se lleven mis huesos,
pensando siempre en ella…
y ellos, fumando y rezando a la luna,
a los lobos, a las estrellas,
¡qué sé yo!
algunos besan mis fotos,
dejan flores, me escriben poemas.
Pero nadie baja algunos metros,
para buscar en la tierra mojada
unos amarillentos dedos enterrados
¡Dios de la vida! Una mano descolorida,
unos cuantos huesos,
un pañuelo, un beso,
una voz que te llama en la noche,
soledad,
soledad,
nadie responde…
Autor: Gerardo Barbera