No estoy solo; cada esquina
la impregna tus cuidados,
cada malicia se desborda
por las caricias que procreas
cuando posas tus manos
sobre el alma mía.
Pero quizá eso es peor.
Quizá todo hubiera sido distinto
sí en lugar de decir -ponte suéter,
hace frío- dijeras -anda inúndate en la nieve
que por ahí a de haber suburbios
sorpresivos.-
Cuando me mude de tus múltiples
escudos, quedaré a la intemperie;
me van a romper mis juguetes,
me van a cobrar las sonrisas;
y entre cachetadas me dirán
que el mundo no es de quién sueña
sino de quién se mantiene despierto para trabajarlo.
Y entonces estaré solo.
Estaré ignorante,
sin juguetes, sin sueños,
sin ti.
Y daré media vuelta y te buscaré,
en las esquinas, las malicias, los suburbios sorpresivos enterrados.
Y entonces, madre, los vuelos contigo
me habrán puesto
los pies en la tierra.