Oscar Perez

Un peregrino se confiesa

Un peregrino se confiesa

 

Soy el hombre eternamente solitario,

el que forjó ciudades y amoldó los muros

de cada habitación en el palacio y en la choza,

el que apacentó las huestes de su especie en pleno campo,

en plena tempestad, en el alud de los volcanes.

El que preñó mujeres solamente con besarlas,

el que educó a sus hijos con la paz del libro abierto

y en la oración de gratitud de cada día de trabajo.

Y amé, sinceramente amé hasta en el olvido,

en pleno desgarrón entre certezas y utopía,

en la intención de ser correspondido por la estrella,

por el rostro, por la luz que entre dos vi que brotaba

y que vigilo aún, nunca vacío en esperanzas.

Hermano tuyo soy y hasta enemigo

de esa maldad que vi hasta en mis entrañas,

que pude contener y a veces sólo

dejé fluir en la explosión de mi sarcasmo,

de mi mala voluntad, de mis errores,

de mi impiedad, al fin, que no todo ha sido miel y canto.

Hermano pues del mal en las mañanas de tiniebla,

también del sol que vuelve pese a todos mis cansancios,

a cada y mil derrotas que decoran mi osamenta,

a cada paso errado en la estrategia de ser digno.

El hombre simple soy, viví en la corte,

pero las herraduras de la tierra me galopan,

me llaman, me acreditan como uno más de los que sueñan,

aman, marchan, tergiversan su organismo

sólo por alcanzar aquella luna tan distante,

aquel abrazo del perdón, aquella cama de la cita.

Y sin pensarlo me alisté en las contiendas coloradas

de hallazgos y conquistas, de guerras y de sembradíos,

mi flor tal cual alcé en las explosiones del soldado,

en la heredad del buen caudillo, en el jardín del fiel poeta.

Y anduve en las chatarras posteriores al combate,

con viudas, con botines, con escapes a lo insigne,

vi la verdad de tanta muerte innecesaria,

vi la crueldad de tanta vida combatida

y supe que por fin es para todos la alegría,

por eso desarmé mi propio ardor a manos llenas

y fui de nombre en nombre abrazándome a la risa,

a la bondad, a las labores bajo el cielo,

al porvenir del alma cuando por fin nos encontremos,

sea en la mesa o en la arena de una playa bien amada,

sea en el pan o en el rocío de la muerte que libera,

por fin no solitario pues mi camino será tuyo,

por fin no solo pues podré decirle al ángel

que junto a ustedes yo viví y eternamente me habitaron.

 

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23 01 13