La miras y sonries.
La ves allí, tan dulce y radiante,
tan vibrante y sonriente.
Y puedes odiarla, sí,
tan intensamente.
Y puedes aborrecer su sonrisa,
y la forma en que te mira,
alegremente.
Y puedes entenderlo.
A él, que la lleva en su mente.
Puedes entender por qué la recuerda,
por qué su nombre tiembla en sus labios,
casi imperceptiblemente,
por qué sus ojos la llaman fugazmente.
Y puedes entenderlo, sí,
que ella esté siempre presente.
Que él aún la nombre,
que tu cuerpo se la recuerde.
Mas tu corazón no,
el no se engaña facilmente,
y desgarrado se debate
entre esa vida, esa muerte.