El mundo ignorante
que tiembla ante su sombra
te nombra para despistar
el terror que les sofocas.
Pero yo sé
nombre no tienes.
Solo sentirte puedo
en lo hondo de mis entrañas
de las cuales te alimentas.
Te adoro
como la fuerza que despierta
nuestro instinto animal
sin el cual
criaturas del moho seríamos
con una moral prestada.
Por ti,
sangrante bestia
sumergida en nuestra cloaca,
merece la pena vivir
aunque la llenes de heridas.
Aunque todos te nieguen
volviendo a otro lado la vista.
Hipócritas que sueñan
sus vómitos de gloria,
los ojos puestos
en su razón idiota
más allá no viendo
de la lista de sus compras.
En nosotros
que morimos en vida
y ansiamos dominar
lo imposible
hasta volvernos cuerdos,
tienes tus más
seguros servidores.
Bendícenos,
si la debilidad nos acecha,
destruyéndonos poco a poco
mientras comprendemos
los secretos escondidos
por corazón y estrella.
Cierra con tu inmenso poder
las bocas de aquellos
que infelices nos llaman
y nos dan su compasión.
Su dios de pacotilla
nunca les contesta.
Me duele
cuerpo y alma suficiente
para alabar
todas tus obras.