Descubría mi inocencia
con ojos suaves.
Mis pómulos insinuaban iluminados contrastando con mi pálida frente.
Su acercamiento fue tan imprevisto como tenue.
Contacto etéreo.
El torrente bermellón recorría kilómetros en mi menudo cuerpo.
Radiante y espléndida, fui feliz.
Veinticinco años después despierto ese carmesí contrastando con sus lejanas camisas blancas.