No es la muerte lo que asombra.
Detrás de cada mano que se niega,
junto a cada silencio,
decorando el grito,
surge, como del agua,
la estampa en flor de lo desconocido.
Como si el ojo ignorara lo que canta su pupila,
como si en medio de la nada se instalara una fuerza
con las piernas cerradas a la vida que empuja.
Como si nuevos soles pretendieran
cambiar los puntos cardinales :
convertir la mañana en insolente,
en azul la medianoche,
en piedra el mar
y el fuego en frío.
No saber estremece.
Se niegan las imágenes para tapar la angustia,
pero la muerte es fiel y compañera,
ni respira ni aparece más que a un sólo reclamo :
manifestar su inmenso poderío.
Lo que asombra es navegar en su estela,
saber que va contigo, que estructura tu carne
que reserva un espacio junto a cada latido.
Lo que importa es el tiempo a cuyos lomos te desplazas,
plataforma sin rumbo,
incertidumbre
de ser un extranjero
en una tierra a la que llamas tuya.