Una abeja zumbaba
plácida y tranquila
sobre una rosa.
Parecía pedirle permiso
para posarse en ella
y obsequiarle un beso;
mas la rosa,
que con el viento se mecía,
sólo se sonrojaba
y a la abeja sonreía,
sin dejar que sobre
sus rojos pétalos
se posara a pesar
de sus insistentes
y tiernos zumbidos.
*
Y así, sin obtener
el permiso solicitado,
se va la abeja volando
en busca de otra linda flor
a quien, con sus dulces
y tiernos zumbidos
pueda conquistar.