El amor es un juego en una playa de invierno
cada vez que se devuelve ante las paredes del verano.
¿Quién me esperará más allá de la boca que espera
solo la flor de tu nombre sobre los resquicios de mis labios?
¿Qué troncos, que beldades, que edenes sobre que sendas
decorarán mi futuro con la tersa melodía de un dócil calendario?
Tú, que conoces de mis ríos cada afluente,
cada cándido respirar de las estaciones de mis pasos,
mi completa orografía, cada espacio que me viste,
cada constelación de mis ideas, cada urdimbre de mi llanto.
Si hoy no riela nadie más en el estrecho mundo de mis cercanías,
solo fértiles fantasmas lo harán en el futuro.
Y me sonreirá la boca, semillero de mi boca a la cual no podré volver.
Y en los azulejos, las ilusiones y los ecos de mi propia compañía,
volverán a enjuagar los nódulos de un corsario sin puerto,
frágil navío que volveré a tomar, con el sueño único de encontrar tu mar en algún sitio lejos de monólogos inciertos.
El amor es un juego en una playa de sombras, de cartas, de libros y de ocasos bañados por la música del regreso a casa.
Ven, que ya no quiero sentarme solo.