Un canto a los lectores
Y leen mientras se pasean,
mientras lloran, mientras viven,
leen mientras cargan tablas o hacen camas,
mientras hacen el amor, mientras coordinan
adónde irán de vacaciones o qué flores
le han de llevar al penúltimo difunto.
Leen mientras crían a sus niños, leen con los niños,
y así dan la mitad del tesoro a los que vienen,
y se leen a sí mismos, por saber, por divertirse,
por encontrar en la palabra, mítica e impresa,
fragmentos de ciudad, del alma, de la historia
o simples predicciones de la luz que nos espera
o de la luz que de nosotros se espera en tanta sombra.
Y leen los solteros, los casados, los impúberes,
adúlteros y viudos también leen,
los jueces, los corruptos, los tahúres,
los curas que en la misma misa piensan
hoy sí que termino ese capítulo del libro,
hoy sí que salgo de leer con el culpable en mis plegarias.
Las mujeres por supuesto que a montones leen,
por bellas, por pródigas, por consecuentes,
por no olvidar que cuando niñas no leyeron
más que en un plato a duras penas lleno y en el rostro
cabizbajo de sus padres, agobiados de problemas.
Y lee aquel travesti ya expulsado de su casa
y el guardia del estadio y el anciano
que algún libro escribió y no lo recuerda,
que algún libro leyó y que lo ha salvado de la muerte,
después de ver morir, mientras leía fieramente,
a su amada, única y fiel y más querida compañera.
¿Leerá Dios? Me lo pregunto,
mientras en sus nubes leo el mundo,
mientras en mi hosca soledad leo yo mismo,
mientras me olvido de leer por saludarte
y así te obligo a comentar lo que has leído
y a comentar lo que leerás, porque conmigo
has visto un libro que, como a tantos, nos reúne,
sin darnos cuenta, en un amor de mil palabras.
De más de mil palabras, ya infinito, más que tierno,
pues el leer nos ha de unir y ha de durarnos
hasta que la muerte nos separe y luego
hasta que la propia eternidad nos vuelva
simplemente a reunir mientras leemos.
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31 01 13