José Jacinto Corredor Cifuentes

AGONÍA

AGONÍA

Atada tengo el alma,

el corazón en mil pedazos,

vacías las abiertas manos

como un signo al infinito

de ayuda en muda queja.

 

Sollozos ahóganse en mi pecho,

las lágrimas a brotar no llegan,

secos los ojos ya sin luz parecen,

a tientas mis pasos al abismo

dirijo con incierto rumbo.

 

El sueño, ha tiempo no consuela

mi atribulado y moribundo pecho

y si un sutil letargo alcanzo,

no es medicina que alivie

el dolor que ahora me acompaña.

 

Mis labios cual los del payaso

demuestran alegría vana

y un remedo son de mi tristeza;

a comprender mi mente ya no atina

en qué futil momento oscuro

la esquiva dicha se esfumara,

y cual mendigo voy pidiendo

aquello que no ha mucho me sobrara.

 

Un rey me pareció que fuera,

rodeado de atención y de cariño,

del más casto amor me embriagaba,

bebiendo sin saciar mis ansias

dejeme llevar por la ambrosía

del perfume florido de mi huerto.

 

Mas, hoy al despertar me encuentro

macerado el corazón, enferma el alma,

las manos temblorosas, la cabeza cana,

un guiñapo mi torturado pecho,

ajada la piel, desgarbado el cuerpo;

se me pasó el tiempo sin sentirlo.

 

He de seguir luchando solo,

amando una quimera vana;

contra la tempestad enhiesto,

fuerzas he de sacar de mi flaqueza

para defender mi hogar, mi cielo,

todo aquello que con las uñas

en tanto tiempo construyera,

animado por la ilusión de que mañana

un nuevo sol mi senda alumbre

y nuevos vientos mis velas inflen

hacia un mejor destino.