Hugo Emilio Ocanto

La dicha de que existas

Anoche tuve un extraño sueño.

Un sueño que aún repercute

en mi mente y en mi alma.

Soñé que caminaba

por un desolado campo.

Hacía mucho calor,

y mucho mi cuerpo transpiraba.

Caminaba y caminaba...

Sin destino.

Sólo por el hecho de caminar...

Había mucho viento.

La tierra del campo

danzaba por el aire.

El sol era agobiante.

Estaba extenuado.

Me senté sobre un árbol caído.

En derredor existían algunos

árboles con poco ramaje.

Un poco de sombra daban.

Me levanté del árbol,

y continué caminando.

El viento silbaba

sobre mis oídos.

Súbitamente, escucho una voz.

Era tu voz.

Me decías: " Estoy contigo".

Una y otra vez repetías

esas dos palabras...

"Estoy contigo, estoy contigo..."

Miré a un costado,

a otro y a otro...

Te buscaba... y no te encontraba...

Miré hacia el cielo,

celeste y con algunas nubes,

que  vaticinaban una futura lluvia.

Ella llegó...comenzó lentamente...

Y después se convirtió

en una torrencial lluvia.

Estaba desprotegido.

No sabía dónde dirigirme...

Pero esas aguas fueron

un bálsamo para mi cuerpo.

Físicamente me sentí reconfortado.

Pero seguía escuchando tu voz:

"Estoy contigo, estoy..."

Sonaba triste y dulce.

Tal cual como es tu voz.

De pronto, después de caminar

un par de kilómetros,

encuentro en el camino una capilla...

Entro. Solo una persona

estaba sentada en la primera

fila de bancos, delante de

un humilde altar.

Me acerco. Me siento al lado

de esa mujer. Eras tú.

Eras tú, amor.

Nos miramos. Nada nos dijimos.

Tenías lágrimas en los ojos.

Te abracé y te besé en los labios.

Y me dijiste: " Estoy contigo, ahora

soy feliz".

Te contemplé sorprendido.

Te pregunté: "¿Te sientes bien ahora?"

Me respondiste:

"Amor... qué extraño todo esto.

No siento más dolor.

Mi desesperante dolor

ha desaparecido".

Contemplé en el altar

la imagen de Nuestro Señor.

Me adelanté. Me postré.

Junté mis manos.

Las cuales estaban

muy transpiradas.

"Gracias Señor, gracias", dije.

Tú te acercaste a mí,

tomaste mi mano.

Nos las apretamos fuertemente.

"Qué alegría siento amor...

La dicha de que existas

es para mí tan importante...

tan importante...

que si no fuese así,

hubiese determinado

extinguir mi vida".

Nos besamos.

Y a los dos, nos invadieron

las lágrimas.

Nos quedamos cada uno,

con nuestras manos

en el rostro,

llorando por tanta felicidad.

Dios realizó un milagro.

Desperté...


Todos los derechos reservados del autor( Hugo Emilio Ocanto - 06/02/2013