1
Lo primero es la muerte,
el cielo desolado y la aventura
por llevar las estrellas en el cuello.
Ya todo es el revés.
Ningún niño cantando en las iglesias
la canción de mi herida,
ningún rostro en las calles buscando al otro
ni el enlace aquejado
ni el occiso traidor por el que vivo
ni el polvo ni la niebla
ni nada entre las manos para cerrar el círculo.
Todos los puentes se desploman.
Todo el que sueña lo hace para huir.
2
Se acabaron los sueños.
Ya todo es falso y cierto al mismo tiempo,
lo que sigue es la tumba,
las flores en la cama y el pasillo
rodeado de cabezas y ojos
para la libertad de los esfinges.
Lucha de trémulos.
La sombra evaporándose y el aire
agitando las puertas y ventanas,
y nadie canta,
nadie escucha el cortante y rancio filo
de los cuchillos degollando a los cerdos
contra el alba.
Pero el silencio es fijo,
las campanas se aturden y los rostros
morados de las nubes saltan hacia vacío
a la espera del trueno.
¡Oh, inmaculado enema!
todo desecho gime igual entre su empaque;
inútil es ahora el retorno del fuego
y su cabeza espléndida en mis brazos.
Inútil el aroma y la intención
del niño que desea entrar al bosque
para jugar a solas
con todas sus feroces muertes sobre un árbol.
3
Y ante todo el ombligo, el dedo índice
apuntando el ombligo.
La ruptura coherente y censurada
del prepucio y la llaga hasta el origen:
el semen,
las pastillas, el retraso,
el lívido conducto asechando a la vida.
Y ahí está, el anciano, el niño
muerto jugando a solas
con todas sus feroces vidas sobre un árbol.