Me amas y te amo, dama primaveral que iluminas mi otoñidad,
que llegaste errabunda a mi covacha de sueños ayer, en tiempo real, pero hace un milenio, en tiempo poético.
Y, sin embargo, ni tú podrás ser mía físicamente,
ni yo podré serlo tuyo.
Nos separan la edad, primavera y otoño,
y los convencionalismos legales.
¿Quién controla nuestros corazones, gemelos a distancia?
¿Quién controla nuestros sentimientos,
libres cual las aves que alegran tu llano,
los ríos que van a morir a los mares
y los seres silvestres?
La distancia que nos separa es espacial.
El amor que nos une, no tiene barreras físicas
porque se rige por las leyes de la imaginación,
torrencial cual tu río Arauca
y cual el río de mi pueblo cuando crece y arrasa sembradíos.
La imaginación es libre y por eso nuestro amor es paradísiaco.
Nuestro lugar de encuentro es la covacha de mis sueños,
donde nos sentimos tan a gusto que no quisiéramos abandonarla nunca.
La naturaleza nos provee de su belleza incontaminada,
de la exquisitez de los alimentos
y del agua del aljibe en el cual muchas
veces reflejamos nuestros cuerpos