Con colores y trinos, mariposas y aves, en mi jardín hay fiesta;
si bien no es primavera, ha nacido una flor de natural belleza.
Escrito en estas letras te dejo este presente que ha parido mi mente con límpida pureza.
Es como un niño amado, el hijo más deseado que engendró el corazón:
Nunca te dije nada. Ha llegado ese día porque me siento en deuda;
uno a uno te entrego todos los pensamientos que anidan en mi pecho
que estoy dejando abierto.
Tómalos, que son tuyos, y guárdalos muy dentro porque te pertenecen:
En mi peor momento cuidaste de mi vida como una madre tierna
y sufriste a mi lado con madurez forzada en mi insomne agonía.
Cuando quise cantar entonaste conmigo
indescifrables notas en muy extrañas lenguas.
Y lloraste en silencio conteniendo el sollozo para que no te viera.
Cuando la incertidumbre me sacaba de juego implorabas al cielo
para que no muriera.
Dialogaste con Dios,
y en jirones el alma lo retaste a llevarme con la leve esperanza de ganar la pelea.
Eras casi una niña, y guardando cuadernos, ilusiones, muñecas…
en esa tesitura de actitud contundente, en la que era tan fácil decidir: “desconecten!”,
elegiste seguir, en medio del cansancio tu infecunda reyerta, tan sólo conducida
por tu don natural de hacer cosas correctas.
Con el mundo a tu espalda recogiste cuadernos, lapiceros y ganas.
Y encauzaste tu rumbo, regresaste a la lucha hasta ser una experta.
Porque naciste humana no te diré perfecta,
que pese a tus defectos has tenido el coraje, con militar franqueza
de ser hermana-madre; una híbrida criatura entre tía y abuela
o la cuñada-suegra que en espontáneo arranque vuelve a ser compañera.
Hoy grito y me desgarro, que escuche el universo, que mi niña malcriada,
tan caprichosa y terca
ha cumplido con creces; enarboló mi enseña, supo representarme
y no cesa en su tarea:
Puso el listón muy alto, entregó el corazón y ha transmutado en reina.