Como al más dulce vino, los dedos de mi lengua la paladearon entera,
fue deshaciéndose la fruta de sus labios sobre los míos con elocuencia,
a medida que sus besos me inundaban la boca, carecía del dolor viejo,
lento pero dulcemente iba siendo cautivado al paladar de sus dominios,
disfruté ese sadismo de su estocada oral con los masajes que profesaba,
cada nuevo beso dado era repetir ella en mí que nunca podría soltarme,
envuelto por caricias de labia frondosa, sentía la cálida tez de su saliva.
No había sonido, gesto o sensación que se emparentara en algo con ello,
viví lo que Julio Verne con su cohete a la luna: amor que vuela en altura,
un mundo se encerraba en su boca y, en su boca, ese mundo era el cielo,
el corazón se agolpaba contra la garganta para probar tanto de su miel,
la mente solo me hacía recordar que, el besarla, no era soñar despierto,
mi cuerpo a esas alturas era una montaña rusa llena de calor y suspiros:
minado del todo, desde mi silencio hasta lo que siento, nada seré sin eso.