¡Olvido mi estatura si pienso exactamente
de qué lugar, por qué razón y cuándo,
surge como un volcán incontenible,
se desborda la palabra, universal, como un emblema,
y precisa, definiendo distancias y horizontes!.
Yo pudiera ser pulga, ¡es lo de menos!,
o elefante o ballena, o espiga o torbellino.
La palabra seguiría siendo la fuente.
Cada objeto que define desgarra la cortina,
ese velo que oculta lo que ignoro,
como si el sol se compusiera de música celeste.
Ejemplo: digo VIDA y de la misma lengua, al punto,
me empiezan a surgir atardeceres,
ardillas, nubarrones, robledales.
Mi regocijo, entonces, se agiganta, se transforma.
De suspiro impreciso, florece en ruiseñores.
No sé de dónde nace la magia sorpresiva
que esconden tras los dientes los sonidos.
De qué lugar del cuerpo me nace el fundamento,
la certeza, de que el silencio es muerte.
Que es preciso nombrar para prender la vida
y que vivir se reduce a la palabra.
¡Ni una estela! ¡Ni un punto! ¡Cerrada noche oscura!
¡Sometido, indefenso, me entrego a su grandeza!
¡Para qué necesito explicaciones, ni excusas,
como si hablar, decir, nombrar, fuera una culpa,
una condena que se arrastra, un lastre misterioso
que se purga en infiernos degradados!.
Desnudo, diminuto, pero más vivo que nunca,
aparto los temores con un sencillo gesto.
¡Qué extraña dimensión me ofrece la palabra!
¡Libre al fin!. ¡Insaciable tiburón,
que destripa cuanto late, poniéndole sonido!.
¡Ardiente sinfonía de caricia y de muerte,
compromiso sin límite, desvelo sustantivo!.