Los domingos saben a luces,
al azul que buscaba, mientras, torpemente me adormecía en la distancia,
me ahogo en la pereza de levantar de nuevo las nubes regadas en el suelo,
fallidos intentos de reencontrar en la búsqueda el alma traicionera,
corriendo el peligro de volver a perder todo, incluso hasta las esperanzas;
jamás serán los mismos tiempos, los segundos suelen cambiar tanto de color,
ya ni sus ojos son mi sol, la palabra es mar y yo el peor de sus náufragos...
¿En que miedos ajenos estuve perdido?, ella estuvo ahí para mi, solo para soltarme las manos,
bajo mis pies: ni agua, ni cielo, ni tierra, ni aire...