rodulfogonzalez

MARINERÍAS

 

El mar de Margarita, amada, es testigo mudo de instantes de felicidad idílica que hemos disfrutado cual niños traviesos conscientes de su bulliciosa complicidad.

Era de nosotros esa porción marina no confiscada todavía por el urbanismo depredador.

 Y la aprovechamos al máximo.

Tú, temerosa de que el oleaje te alejara de la orilla donde sumergías tu entonces lozano cuerpo;

yo, dándomela de experto nadador, en la parte más honda, a nivel de mis hombros.

Yo introducía con delicadeza extrema mis dos manos debajo de tu cuerpo y te colocaba en la superficie para pasearte.

 Tú dócilmente te dejabas conducir y paseábamos felizmente, con la dicha reflejada en tu rostro y en el mío,

hasta que nos cansábamos,

y regresábamos a la orilla para ponernos en contacto con la arena y disfrutar de su relax o bien observar a las aves marinas zambullirse en el océano, una vez divisada desde el aire el pez que les serviría de alimento.

Era increíble este evento.

Y nosotros en esa soledad edénica nos creíamos dueños de la orilla,

 de los oleajes que la besaban furtivamente,

cual el enamorado a la enamorada en circunstancias especiales

 y del lejano cielo.

¡Nunca más, amada, disfrutaremos de esa intimidad marina que nos hacía obrar como si fuéramos niños!