Fuego del corazón en la mañana fría
que calienta las fibras
del alma llorosa de penas;
frío del alma en la tarde calurosa
que contrasta el ambiente
que rodea el pensamiento.
Fuego y frío a una siento
cada vez que miro el río
correr bajo los puentes de madera
como corren las vidas de los amantes,
los niños, los malos y los buenos
hacia un desconocido sino.
Fuego y frío a una siento
cuando veo el corretear de las gacelas
por los campos de floridas hiervas
que se aplastan bajo sus leves cascos
y luego impávidas se yerguen;
me parecen las almas de los hombres
que se inclinan y levantan
del dolor al paso.
Frío y fuego siento a una
al pensar en los miles
de almas que trabajan sometidas
al vil yugo del magnate,
que se ufana del dinero
que aquellas día y noche amasan
con sangrantes manos, cerebros vacuos
y escuálidos esqueletos.
Frío y fuego a una siento
cuando veo que en mí mismo
hay un pedazo del dolor del mundo,
de la esclavitud de muchos,
de la explotación de todos.
Porque ... somos todos
lo que son los otros
y cada uno lleva en sí la angustia
del dolor que sufren ellos.
El magnate, el niño, los amantes,
las gacelas, las hiervas y las almas,
los buenos y los malos, conmigo
forman una inmensa muchedumbre
que se arrastra como el río bajo el puente
sin importarle el calor de la tarde
ni de la mañana el frío.