Hace mucho frío esta mañana.
Salgo de casa.
Camino una cuadra,
y espero el ómnibus.
Llega. Subo.
Saco pasaje.
Me siento.
En el trayecto visualizo
desde la ventanilla
la ciudad.
Mi ciudad. La de los recuerdos
de mi niñez...
Llego a mi destino.
Compro unas rosas blancas.
Voy caminando por esas frías
calles hasta la morada
de mis queridos muertos.
Mi madre, mi padre,
y mis dos hermanos.
Los cuatro juntos están allí,
en su nuevo hogar,
hasta la eternidad.
Coloco las flores.
Limpio la placa. Rezo por sus almas.
¡Cuántos seres aquí, sin vida!
Miro sus fotos, y en mi mente
hago un raconto del pasado.
Imágenes que se entrecruzan
en mis pensamientos.
Días de alegrías juntos.
Días de trabajo, de sacrificios,
de penurias, de fiestas, de reuniones,
días de gloria, pasados...
Una enorme pena embarga mi alma.
En este momento pienso
que me gustaría ocupar un lugar allí...
Que salga uno de ellos
de ese columbario,
y ocupe en la tierra
mi lugar de vida.
Y yo estar dentro, sin vida.
Rezo. Mucho. Pido por ellos.
Deseo que no estén ausentes físicamente.
Perduran a través de tantos años
en mi corazón.
Pero hoy, siento la necesidad del reemplazo.
Mi muerte a cambio de una vida,
aunque sea.
Es extraño mi sentir.
No tengo explicación explícita.
No sé por qué hoy
estos funestos pensamientos...
¿Será la soledad?
¿Mis penas?
¿Mi clamor por la unión
que ansío y pregono, sin resultado?
¿Mis ansias de éxitos, sin tenerlos?
¿Los amigos que deseo tener
a mi lado y no lo están?
¿Por las miserias?
¿Las mentiras, el hambre del planeta,
del hombre que no trabaja?
¿De las constantes guerras del hombre
hacia el hombre?
¿Por la indiferencia,
por la maldad?
¿Por el amor que a veces tengo
y el destino me quita?
Y pensar que todo sería tan simple...
Pero solo no puedo.
No puedo solo.
Momentos que los seres
a veces tenemos...
momentos de fe, de esperanzas,
de amor, de amistad...
Y después... la nada.
Quisiera estar al lado
de ese Cristo crucificado.
Siempre. Lo busco en mis rezos.
Él me acompaña.
A veces lo abandono,
pero interiormente sé su amor
hacia nosotros, es inmenso...
Tengo que darte Dios,
más inmensidad en mi amor
hacia tí.
Te amo tanto... A veces me alejo...
Pero siempre estás conmigo.
Tanto te pido que no nos abandones.
No soy egoísta. Pienso por mí,
y por el mundo todo, lo sabes Señor...
Hasta un día próximo mamá, papá, hermanos...
Saldré de este cementerio,
acompañado de Jesús, nuestro Salvador.
Antes, quiero besarles sus rostros,
y también al Cristo crucificado
que los acompaña en su morada.
Todos los derechos reservados del autor( Hugo Emilio Ocanto - 12/02/2013)