¡SIEMPRE ESTUVO AHÍ!
Alcé mi mirada
al sentir el miedo,
de que fuese cierto
lo que me contaron.
Que en nubes de tul
en sillón de nácar,
sentado estuviera
mirándome a mí.
¿Siempre estuvo ahí?
Una nube gris
de rostro feroz,
rauda galopando
allí descubrí.
Ni sillón de nácar
ni algodón, ni tul,
ni quien descansando
me observara a mí.
Bajé mi mirada
cuando percibí,
el granizo frío
que la negra nube;
sobre mi mandaba
para castigarme,
por ser insistente
en mirar allí.
¿Siempre estuvo ahí?
Y la buena madre
la tierra callada,
me dijo al instante
que me viera a mí.
¡Siempre estuvo ahí!
Sólo dependía
dé cómo entendiera
mi vida respecto,
al que me circunda,
que es igual a mí.
Dé cómo pensara
darle y recibir,
amor y respeto,
¡Siempre estuvo ahí!
¡Siempre estuvo ahí!