rodulfogonzalez

DULZURA

No probé en mi niñez biológica,

ese néctar de exqusita miel

que dan pródigamente los padres

adobado de amor

para enfrentar los rigores de la adultez.

Si probé, y mucha,

la hiel de la amargura,

la rigidez de una disciplina primitiva

que hirió mi débil cuerpo

y lanzó llamaradas de odio a mi mente,

con tanta hondura, que algunas noches,

a pesar de la distancia en el tiempo,

reaparecen en horribles pesadillas.

¡Cuánto sufrimiento, dama mía!

¡Tanto terror!

Los pocos libros que leí

en esa etapa convulsionada de mi vida,

que los poetas llaman Edad de de Oro,

pero que para mí fue de las cavernas,

se convirtieron en mi refugio,

en el escudo prodigioso no sólo 

para tan desdichada circunstancia,

sino también como herramienta

de indudable eficacia

de cultivo académico,

con la que cumplí

mis sueños de niños campesino de siempre.

¡Cuán dulde eres!