Veo tus labios y se me enchina la piel,
quiero comerlos a besos e indagar
en tu ser, para conquistar los que
por cuestiones de moral y ética
no puedo ver, esos que son fuente
plena del más rico placer.
Me prendes y me haces enloquecer,
si me comparas con un volcán en plena
erupción, simplemente no tengo
comparación, tú me elevas a
temperaturas desconocidas, incluso por
mi, eres fuego puro, que me consume.
Amo tu experiencia al amar, tu furtiva
efusión al dar; mientras agrietas
mi colchón, testigo mudo de largas
noches de erotismo y fogosidad.
Con tus treinta y cinco primaveras
amas como niña con su vez primera,
producto de la destreza al mover
circularmente tus delineadas caderas.
Me prendes hermosa y fogosa mujer,
sólo basta ver tu tanga morada,
para imaginar la morada de mi hombría,
esa que con arte gozas noche y día.
Debo aceptar que eres mi perdición,
aunque creí no ser adicto, ahora lo
declaro, eres mi más sublime adicción,
la musa que robó mi corazón.
Autor: Edwin Yanes