Sentí su llanto
emanando una oscura tristeza.
La otra no lloraba.
Se levantaba y arreglaba la casa.
Mas su dolor parecía mayor,
inundada su vida
por ilusiones baldías.
Las dos quebradas y sufrientes.
El hijo de una,el esposo de otra.
Zaheridas por una misma desgracia.
Necesidad era
lo que les unía.
Uniendo posesiones
para una vida digna.
No se gritaban,
no se encaraban
en inútiles culpas.
Haciánse compañía
sin palabras,sin necedades,
sin escuchas.
El tiempo pasó.
La muerte volvió
a cobrarse su tributo.
La mayor volvió
a conocer el desconsuelo,
ahora vertido,
mansamente,
en perlas blancas de amargura.
Un día,
alguien se acercó
a visitarla.
La encontró echada en cama,
de profundo negro vestida,
con fotos de su juventud y,
de su hijo del alma...
Tomando sus fármacos habituales,
liberó su alma y,
con ello,
su desgraciado vivir
se convirtió, por fin,
en calma descansada.