Lo vi sentado su cara de temerario,
su mirada siempre penetrante,
confusa,
ese aire que sólo rodea
a los que sienten el poder en la sangre,
la sumisión les es
una forma grata de vida.
Así es el patrón,
noble de pensamiento
y educado para ello,
educado para estar siempre
por encima de todos
tal cual fue su padre,
su abuelo
y lo será su estirpe.
Yo en cambio,
siempre cargue con el legado
de mis ancestros,
pertenezco a los afligidos,
los nobles
pero de espíritu,
sin aspiraciones más lejanas
que ganar confianza,
si se puede cariño,
de esos patronos justos a su antojo.
Esa noche,
luego de un largo jornal,
el patrón descansaba en su hamaca
sin más estrés que su pensamiento,
la noche se tornaba algo fría.
Lo mire de reojo
dándole una disimulada mirada
a su perro guardián,
sin mucho aviso
tome la escopeta y las balas
preparándome para una noche de caza de jaguares
típica en esa época del año,
al sostenerla en mi mano
no dejaba de pasar por mi mente esa voz
que a diario me atormenta…
“Mátalo,
esta es la oportunidad perfecta,
precisa,
soñada.
Tome con firmeza el mango
apuntando al horizonte
como quien se prepara
para la caza de patos otoñales,
tres metros a la derecha
la hamaca del patrón,
respire,
di la cuenta regresiva,
apunte...
Cuatro de la mañana,
debo preparar las pieles
de los dos leopardos cazados ayer,
al patrón no le gusta que dejemos muestras
de las noches de cacería,
sus hijas se aterran al solo verlas,
maldito patrón
cuanto te odio,
mañana al oscurecer
y salga de cacería
le daré de baja
si mi cobardía hoy me abandona.