Hemos dicho -todo- sobre habitarnos
y aún tenemos habitaciones clausuradas,
dentro del cuerpo inquilino.
Me has llenado el silencio
con la premisa in-alcanzable
de tener silencio
en la costura de los labios.
El silencio
tiene una aguja y descose
nuestras esperanzas
para colocarlas
en la lengua caníbal
de un trozo de papel.
El dolor duele ciertos días
a ciertas horas
cuando nos quedamos con la canción
en la punta movediza de un amarillo recuerdo;
porque el recuerdo tiene alas, soles y viento
en la visa que agotó, el olvido de una despedida.
El dolor tiene manos en las piernas de goma
tiene un lápiz clavado en el epicentro de su nada
y nos abruma esa nada de párpados secos
con la promesa de mirar al dolor, vertirse en el agua
y como aceite, disolverlo.
El silencio se sabe el mes en que nos arrodillamos
al vacío de una lágrima que nos abrigaba de humanidad;
sabe que rompimos mesas, sillas, oídos
para jamás escucharlo en la vela que danza
su velorio predecible en la cera de su entierro.
Y entre tanto
el dolor es una póliza para saber
que hemos vivido más alla de la cuenta.
Mucho, mucho más allá...
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