Lapidaria la sonrisa que dejaste amarrada al lamento.
Casi inocente la excusa que separo las aguas de mi orilla.
El mar llueve y la arena ruega una caricia de esas aguas
que supieron acompañarla siempre, y que hoy se evaporan.
Poco a poco recorres los valles de mis silencios,
inexplorados y casi distantes de mis verdades.
Y entre los arboles, encontrarás mi alma que descansa,
tímida de la luz se esconde en la sombra de tu soledad.
La noche llega y vuelves a la playa, a ver la luna cantar,
pero el cielo esta nublado, y las estrellas duermen.
En esas aguas del mar oscuro que tranquilizas,
la luz reflejaré para acompañarte, en esta madrugada nuestra.
Y descansa mi cruel princesa, duerme en mi lecho de flores,
que perfumaste desde que llegaste intrigada.
Mañana, un nuevo día, y tus alas te llevarán lejos,
y yo desde la orilla saludaré tus aleteos, hasta perderte en el cielo.
Lemos Maximiliano Daniel.
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