Desde que el corazón se lanzó de un paracaídas,
y se lanzó al mar,
muchos somos peces con rasgos de oxígeno.
Y uno se sabe muerto
a medida que el amor es una ruleta
girando en el ajedrez del pecho.
Y uno se sabe vivo
arrastrando al peón triunfante
del talón resucitado por la melena de un caballo
Y uno se escupe las entrañas
de las arterias que dinamitan su acero
Y uno se encuentra en el centro
del adjetivo imposible del laberinto
Y uno se siente,
se siente...
y nos sentimos
en la fórmula infinita
de ser dos
porque uno de nosotros
nosotros
nos ha perdido...
Pero ésta, es la catequesis
de una religión, sin testigos.