Muchacha, las muchachas
La muchacha desnuda, la muchacha
que desnuda abandonó su casa y patria,
que a nadie le negó su carne fresca,
que ni a la soledad privó su encanto,
la terca, la preciosa, la sombría,
la lúcida en la opción de darse a todos,
de no esperar a cambio recompensas,
ni fatuos regalitos ni promesas,
que no creyó en amores sin sentirlos,
que amó sencillamente sin espera,
sin fechas ni holocaustos, sin razones,
sin nada más que piel tras de su beso,
ni nada que acordar sino el olvido,
sino el abrazo en un balcón o en plena calle,
sin nombres que añadir, sin credenciales
más que esos ojos indomables y cautivos,
más que esa paz de leona vuelta presa,
águila atada en su volar al primer hombre
y a cada hombre que avistó en su desventura,
o en su aventura de vivir sin otras redes
ni cielos ni cavernas ni suplicios,
la muchacha así, desnuda de dolores,
de dueños, de destinos, de objetivos
que hoy mismo bajo un puente entrega el alma,
que hoy mismo allá en palacio niega un beso,
y erguida sigue igual que una amapola,
tan pura y virginal cual la más puta,
tan puta y marginal cual la más casta,
tan hembra como todas las que cantan
o sueñan o no sueñan, sólo viven,
más no a pedazos, sino enteras en la entrega,
plenas en su albur, en su deshonra, en su delicia,
proscritas en la raza de las puras,
insignes en las artes amatorias,
sin macho que se niegue a su donaire,
sin hembra que no entienda de su gesto,
sin libro que no guarde su espesura,
su roce, su fruición, su savia eterna,
aquella fue muchacha, esta madura,
las otras madres, hijas, tías, nietas,
abuelas, primas, ángeles o hermanas,
muchachas noche a noche renacidas,
hermosas día a día, consagradas,
prendidas de un amor ilimitado,
libérrimas de ser y de serenas,
seguidas por los lobos más feroces,
buscadas por pastores juveniles
o reyes o ministros o tenderos
o presos o soldados sin trinchera,
las últimas llegaron en un barco,
subieron a un avión, se aventuraron en cohetes,
ahondaron en la célula y el átomo,
pintaron su desdicha y su alegría
desgarraron hábitos y títulos,
amamantaron próceres y mártires,
poetas y bandidos, candidatos,
y damas y rameras y doncellas
que hasta hoy continúan su ejercicio,
su enhiesta desnudez de matriarcado,
de sabias, de vehementes, de locuaces,
de brujas al cristal de los pudendos
e hirsutas en el roce del ilustre,
siguieron, como digo, su prosapia,
se alzaron, se encogieron, se amoldaron
a un cielo, a un suelo que no las entiende,
pero que las precisa como un bálsamo,
como la redención de los que ofenden
al insultarlas el útero en que entraron
al mundo que comparten y disputan,
al fresco carrusel de la existencia,
muchachas, las muchachas que describo,
siguen naciendo y tal cual nos gobiernan,
gobernarán gozosas el mundo que procrearon.
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13 02 13