Poderoso monstruo, ángel de las alturas,
que al rugido fiero de tus turbinas
atraviesas el espacio azul o ennegrecido
con tus alas extendidas rumbo al infinito.
Te canto estremecido por el fragor de tus motores,
abismado en la potencia que te dieron,
quienes en acortar espacio y tiempo se empeñaron,
dotándote de velocidad, gracia y sutileza.
Cuando arrellanado en tu interior me entrego
a la meditación o al sueño, en tu poder confiado,
me siento de la creación rey, señor de las alturas
y me figuro, cabalgar un cóndor encumbrado.
O envilecido y tan pequeño como una gota
me haces sentir al contemplar desde las nubes
los pueblos diminutos, los ríos, las montañas,
donde las gentes pasan a ser hormigas pequeñitas.
Es hermosa tu estructura, tiburón alado,
que en tu vientre transportas el progreso
y pones al hombre de Dios más cerca,
aproximándolo a los astros por encima de las nubes.
Cuando en la pista ensayas tu potencia
y te lanzas cual saeta en busca del espacio
atronando en derredor la atmósfera,
haces temblar la tierra y conquistas las alturas.
Porque eres la sublimación del hombre,
encierras su ilusión, su mística, su técnica
y serás un eslabón en la cadena que se empieza
para conquistar el universo y viajar por las estrellas.