Mi primer cántico de amor fue para un débil ruiseñor.
Tenía el rostro pálido como una belleza ilustrada.
Servían sus rizados cabellos de sabrosas regalices rubias,
y qué hermosura haber amado a aquel ruiseñor.
Su modesta apariencia disimulaba la tiranía de una familia.
Arrancaba su ideal de los labios más bellos y carnosos,
Y su cintura despertaba en mí el mayor de los edonismos,
qué ataraxia me envolvía al sólo verla.
Sus finas manos simulaban ser serpientes bajo la luna,
que ocultaba a oscuras el vicio carnal que reptaba por mi vientre.
Con aparente carácter y de espíritu dócil se transportaban
a cada parte del cuerpo que las recibía como fiesta de verano.
Mi primer cántico de amor fue para un débil ruiseñor.
Y cómo no referirme a sus ojos que de los cielos más hermosos
yo contemplé en ellos la más honda de las cadenas.
En su mirada reflejaba un aire de espuma blanca libertina
y de un mar, que agotado, pedía a gritos que llegara la vida.
Y cómo no dedicarle un segundo verso a sus ojos,
Y es que su iris me hacía ensoñar en un circuito cerrado y sin final.
Siempre colocaba insegura y recatada las manos sobre su bolso caoba,
e inerte esperaba con media cara de desamor y la otra media indiferente
que una mano cometiera el santo delito que tanto anhelaba su bendita aura.
Y mi primer cántico de amor fue para un débil ruiseñor.
Suave comodidad al besar su blanco cuello salado,
y las esencias de los jabones corrían por mis labios
y no podía girar la cabeza como atrapado por su tristeza.
Y el día se fijaba con presteza según mi horario
Y cuando mi estomago sintió la libertad en un vacío infernal
el ruiseñor ya había volado y nunca más besé el agua salada del mar.