En el mundo real, dama primorosa, no eres reina, ni princesa, ni infanta,
ni vives en opulencia.
Eres, sencillamente, una mujer común,
llena de gracia, abundosa en amor para tu amado,
alegre como una fiesta,
grácil cual una mariposa,
y con tanta ternura,
que moriría gustoso en tu regazo acogedor.
Pero en mi mundo poético,
creado especialmente para ti,
bien de mi vida, eres reina.
Y adornas tu cabeza frondosa de cabellos cual risueñas cataratas,
con la diadema construida por diestros orfebres.
Tiene esa guirnalda,
dama soñada y soñadora,
incrustaciones de los más finos y raros metales preciosos
en forma de rosas amarillas, lirios, mirtos, claveles, margaritas,
violetas, narcisos.
¡Luces, mi reina, en tu cabeza,
un jardín y una joyería!