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Más lejos que un extranjero

 

Desde el trono de un pérfido Morfeo,

asoma, despiadado, un basilisco:

la turbia ensoñación que anquilosa

 

... se asoma, dictadora, aquella identidad

a la que le pusieron el sello de ególatra.

 

Pegajosa y absorbente identidad,

(un chicle que ahoga y enreda los cabellos).

que por adusta no afina a comprender;

del libro, sus matices; la lectura,

y que deviene como causante de ceguera.

 

Al servirse teñida

con un barniz de tacto impenetrable,

cual por saber no sabe,

ni siquiera escuchar

los sigilosos pasos de la lluvia,

percibir la raíz de todos los prodigios.

 

De la lluvia; su asedio:

Aquel goteo que

perece al revivir la animación del lago.

Un salpicón de ondas dialogantes,

que sorben los reflejos,

de solemnes paredes y de abetos,

de flotantes libélulas, de patos y de peces.

 

Reflejos cuales hablan, sobre plumas y escamas,

(que conocen acerca de los cielos;

de sus jabones, perfumes y enaguas).

Sobre los cardinales y las corrientes del mar.

Acerca de los vientos; monzónicos y alisios.

Y del dulzor, que inclusive guarda la sal

ya por fin desterrada, de cerebros y entrañas.

De toda pesadumbre que hay en la gravedad.

 

Cuentan, respecto a un ciclo interminable

cual, del todo, jamás se extingue,

así lo mismo; como sucede con el agua.

 

Pero ni los reflejos, 

consiguen alcanzar

entender de los hombres,

muchos de los actos, (aquí vertidos),

y la contradicción

que convive sujeta a sus palabras.

 

De la lluvia; su intrépido

deslizar entre hojas y por cubiertas.

como si se tratara de chiquillos

alborotados, riéndose alegres

al caer desde altos toboganes.

 

La lluvia: cuando remoja y resbala

por las horneadas tejas cerámicas,

o derrota las negras losas de las pizarras.

La lluvia llueve ideas por doquier,

riega todos los campos, da cosecha,

refresca los tejados, descerraja ventanas.

Nos recuerda, con sus notas nostálgicas,

que es imposible existiera la noche

sin aquel son del sol de la mañana.

 

O con pastar experto,

(suma de tierra y agua),

ella elabora con dedicación,

desposa al dúctil barro.

Le regala vasijas a la mesa,

e hijos siendo semilla a cada casa.

 

(Que grato es contemplarla.

Cuando asiéndose al presente,

« ¡Lluvia!, simple alfarera »,

ya moldea el futuro

desde el trajín celeste y sus norias.

Desde las manos de vastos océanos

y con su gran memoria).

 

Mucho más lejos, que aquel extranjero

separado de costas y campiñas...

 

Está aquel yo, que creyéndose un Dios,

engreído se jacta

encerrado en su imperio.

 

...que no aprendió a oír

el ducho y musical aprendizaje,

¡saber de su propia sed!.

Ni pudo ver y tomar...

prender el vaso repleto de agua

que, humildemente le daba la lluvia.

 

318-omu G.S. (Bcn-2013)