Tempestad.
I
Nubes espesas, negras, descienden sigilosas
De lo alto de las cimas de las andinas cumbres,
El paisaje oscurecen y las faldas verdosas
Se pierden bajo el manto de las oscuras nubes.
El huracán rugiente, las copas majestuosas
De los gigantes verdes que hacia el azul se suben,
las mecen cual si fuesen frágiles mariposas
Y muchas de sus ramas bajo el viento sucumben.
Horrísonos los truenos estremecen el cielo,
Relámpagos y rayos rasgan el negro velo
Del cielo vespertino que se torna feroz.
El huracán rugiente, el ríspido aguacero,
Los rayos, las centellas y los macabros truenos
Hacen del cielo un caos terrorífico, atroz.
II
De las altivas cumbres descienden torrenciales
Arrasando a su paso con todo lo presente
Los arroyos que bajan cual genios demenciales
Y arremeten violentos contra el paisaje inerme.
Impotentes los hombres desde nuestros hogares,
Aterrados miramos arroyos y torrentes,
Arrastrando los restos de viviendas rurales
Llevados agua abajo por la voraz creciente.
Después viene la calma, la tempestad decrece,
Los torrentes se achican, el cielo resplandece
Y continúa el proceso de la naturaleza.
Ella cobró sus víctimas como siempre sucede,
Ella nos da la vida y quitárnosla puede
Porque en ella radican las más extrañas fuerzas.