Oscar Perez

El día soñado

El día soñado

 

Un día a los ángeles les quitaron las alas,

desde entonces es que vagan convertidos en mortales,

en vagos, en tahúres, en tristes proxenetas

y algunos, ya avezados, en ministros de la corte.

También las hay floristas, maestras, mendicantes

y algunas ya muy tristes matronas de cien hijos.

En muchos es notoria la nostalgia de esas alas,

pues miran permanentemente el cielo y sus dibujos,

los viajes de las nubes, los pájaros viajeros

y viven embobados en sueños imposibles.

En otros no se nota, pues no guardan memoria

ni del glorioso vuelo ni de la azul altura,

sencillamente marchan a sitios que no estiman

y cumplen con funciones que nunca han esperado,

y terminan una tarde como un paraguas roto

en el fondo de un abismo o en un mueble enmohecido.

Los más no entienden nada, no preguntan

por qué las tardes lloran, por qué hay pobres

y huérfanos y presos y prestos mercaderes

que alhajan la desdicha con florcitas de colores,

con hostias, con fusiles, con manchas en la cama.

Y duermen y despiertan igualmente dormidos,

así marchan a sus puestos, presumidos por las calles,

detrás de un escritorio, con unos timbres a su alcance,

o son palas o son libros con que escarban en la historia

tan sólo para echar más y más tierra en el olvido,

en la memoria, en el legado de otros bípedos celestes,

de otros nimbos de visión menos estrecha que sus ceños.

Algunos piensan en volver gracias a múltiples plegarias,

a golpes de cilicio, a vidas de silencio diario,

otros a fuerza de imprecar al tosco cielo,

de agitarse en la sal de sus plumas arrancadas,

en el dolor de un ave que no puede con el vuelo,

de un cuervo o de un halcón que roban uvas, quesos, magisterios

y caen al final al mismo lecho en que no duermen.

Algunos se resignan a ser mansos,

a amar una mujer, a tener lujos,

a huir de la ciudad cada verano,

a parpadear cuando el recuerdo arda en los ojos,

a lagrimear semi escondidos en un auto,

a no decirle nada al que está al lado y también llora.

Todos lloramos, en fin, ángeles, bestias,

conscientes o inconscientes, libres, viudos,

erráticos de ser lo que no fuimos,

ansiosos de un lugar que nos libere.

Ni el cielo nos espera pues caímos,

ni en tierra hallamos paz a nuestras culpas.

Las alas volverán tan sólo un día,

y quizá eso ya pasó y ni lo supimos,

quizá esté por pasar y no aprendemos

pues damos en rumiar sólo tristezas,

en no vencer el miedo siendo grandes,

en no tender un puente por cobardes,

quizá ya pasará y nos halle listos,

es esta lección, perdimos todo,

lo que no puede suceder es que en las calles

también a nosotros mismos nos demos por perdidos.

El ángel que yo fui siempre regresa,

sólo soy yo el que se distrae con poemas y soñando.

 

http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/

 

17 02 13