solitario del silencio

LA ADVERTENCIA

Recordé su advertencia y decidí ocultar mis pensamientos y apartar los recuerdos. Anularlos. Olvidarlos para siempre. Como aquél que guarda alguna pena que desprecia y le molesta en el abismo de su alma. Pero esa decisión es imposible de llevar a cabo. Es muy difícil dominar los pensamientos, cuando  se alzan en contra nuestro y nos producen  los sentimientos mas dolorosos, los pesares mas agudos. Esos recuerdos tendrían que ser aniquilados, para vivir mejor.Para poder vivir más sanamente sin tener que soportar  esos dolores que muerden tan ferozmente, estas heridas que me hacen gritar.

 

Rompí en llantos ahogado por el quebranto. Lo hice en el momento en que pude poner los pies en mi habitación, un cuarto húmedo y oscuro, que es el fiel testigo de mi decadente situación. Finalmente lloré, después de haberme contenido durante todo el viaje. Tras soportar esa angustia que con sus garras me sofocaba sin piedad. Estallé ante lo cruel del recuerdo y la mirada brutal de la memoria. Aquella mujer,  pintura vertiginosa, reiterativa y centelleante.   El boceto  de sus manos blancas, su tez pálida

de porcelana, la sensualidad de sus piernas intactas en lo efímero del instante eterno, y su femineidad escultural.

 

Me quebré, estrepitosamente en llantos. Y una brisa gélida a mis espaldas me envolvió de pavor. Y sentí miedo de mi mismo. Y recordé mi mano en aquel picaporte, abriendo aquella puerta lejana. Pero por sobre todas las cosas recordé su advertencia: “si te acuerdas de mí, si llegas a mi, te advierto ya es tarde… no abras la puerta”.