El niño herido asaltó un banco
a las doce en punto
con unos secuaces
de su propio submundo
que mi boca calle
sobre estos asuntos.
La infancia torcida les trajo
las armas cual contrapunto
para resarcirse
de tantos insultos
los clientes gritaban
de miedo y de susto.
El pobre cajero no daba
ni bola buscando algún bulto
en donde el dinero
llegara completo
a ese sujeto
ruin y furibundo.
De pronto una bala
se hendió en su busto.
El niño herido se hallaba
de veras perdiendo su pulso
se le iba la vida y en su último segundo
reparó que el guardia
que había disparado
era su hermano
ambos ex-reclusos.
Al día siguiente
el diario clamaba con mucho disgusto
de estas mareas
de bajas raleas
de seres tan brutos
que nada sabían
de un mundo más justo.