Me gustan los mangos, sobre todo, en días de sol. Comerlos junto a mi perico, y mirar al cielo. No hay nada mejor que mirar el cielo e imaginar que una es nube, que tiene algodón y que puede volar.
Algunos le llaman, exceso de inocencia; yo le llamo, vivir.
Vivir sin formas, sin tanto alarde, sin tanto motivo o tanto sentido a algo predeterminado.
Me gusta sentir la brisa en mi cara, como un beso helado a punto de entumecerse.
Al borde de lo que se llama amor, amor...
Y una, o sea yo, me siento irresistiblemente enamorada de esto que llaman vida.
Se terminan los mangos, y yo me he quedado con su pulpa en mi boca
Ojalá hubiera una lengua que se llevara mi desastre...