Mis manos... entrelazadas,
sosteniéndose una con la otra.
¿qué hacen ellas así?
La acción de mis manos,
están conectadas con mi mente.
Accionan a través de mi corazón,
de mi alma.
A veces pienso que debería estar
liberada de pensamientos,
de sentimientos.
Pero ya sería un muerto cerebro.
Un ser muerto en vida.
OH, no. No quisiera serlo.
Prefiero vivir así,
con mis pensamientos y mis sentimientos.
Con mis manos entrelazadas.
Pero que tú estés unida a ellos
como antes, cuando todo era posible.
¿Por qué lo posible,
no puede ser siempre posible?
Cuán poco dura la felicidad,
aunque me empeñe
que siempre exista,
que no se vaya, que no se aleje.
Tal vez esté deseando la felicidad
perecedera, eterna...
Y ella así, nunca existirá.
Debo aceptar esta realidad.
La vida es así.
Penas, alegrías,
alegrías, penas...
Mis manos entrelazadas...
Orando, rezándole a Jesús,
nuestro Señor.
Siempre estoy con Él, lo sabes.
Siempre vive en mi corazón,
aunque a veces me distancie...
Hoy, un día más de oración.
No soy egoísta. Pienso y oro
por tí, también.
Siempre lo hago por todos
los seres de este mundo.
Ya han de llegar para
todos ellos un pedido especial
con mis manos entrelazadas.
La oración, orar al Señor,
me hace tener la paz
que muchas veces no tengo.
Hoy tuve un sueño que me
dejó pensante. Fue triste.
Y a la vez, me sentí...
no sé cómo decírtelo...
como más cerca de Dios.
Es triste, breve, pero lo soñé
y te lo transmito.
Era el velatorio de mi padre.
Hace ya tantas décadas que falleció...
Él se encontraba en un ataúd,
tapado con un cristal.
No estaba abierto.
Cerrado con un vidrio,
un cristal. Desde su cuello
hasta el final de su cuerpo,
sus pies, eran suyos.
El rostro era desconocido
para mí. Divisaba como el rostro
de un ángel, creo. Tenía una aureola
sobre su cabeza.
Pero esa cabeza, estaba separada de su cuerpo,
y yo al verlo así a mi padre,
estaba desesperado porque
no me explicaba ver lo que veía.
Su rostro separado del cuerpo,
pero no era el rostro
de mi padre...
Junto mis manos y rezo.
Sigue descansando padre.
En el sueño, me desesperaba...
y al despertar, esa desesperación
había pasado. Desperté tranquilo,
en paz.
Entrelazo mis manos Señor,
y te pido que esa paz continúe.
Y tú amor, que tal vez me estés leyendo...
únete nuevamente a mí...
con mis manos entrelazadas
oro por tí... que lejos estás,
pero sé que has de volver.
Te conozco. Sientes lo mismo
que yo. Eres cristiana.
Crees en nuestro Señor, como yo.
Te pido Jesús, me concedas la dicha,
de que mi soledad sin ella
se apague, con la luz de tu presencia,
siempre ella, en mi vida...
Creo en tí, y sé me otorgarás
la dicha que te solicito...
aunque no sea eterna...
Todos los derechos reservados del autor(Hugo Emilio Ocanto - 23/02/2013)