Contagiabas en mí alegría y la tierra se emocionaba
como una danza que fuera conocida por las plantas;
entre el baile de la felicidad acompasando mis alas,
la risa se volvía ecos de tu simpleza por cada rama.
En una pequeña gran fuente de calor interminable
imponiendo con magia tu encanto de luz sin margen:
de esa forma, te llamaría el amor que me tuvo afable
cuando supe por tu llama la bondad me daba su arte.
Belleza y ternura, delicadeza hasta lo desconocido,
el tiempo de tu estancia en este mundo del todo frío
hará memoria que, por cada día de tiempo invertido
en esparcir energía de vida, habrán sido tus latidos.
Fueron los años que llevaré siempre hacia lo eterno,
allí donde nada ni nadie podrá alcanzar tu recuerdo
en el campo de un jardín remontando fiel este sueño
hasta no llegar a distinguirse tu alma de la del cielo.